«Saber quieres, caminante, de quién es esta estela, la tumba, y la imagen hace poco esculpida en la estela. Se trata del hijo de Trifón, que su mismo nombre llevaba. Tras recorrer catorce años la larga carrera de la vida, esto es lo que he llegado a ser, yo que en otro tiempo fui: una estela, un sepulcro, una piedra, una imagen.»
El lugar donde una persona ha muerto queda impregnado de su presencia y quienes viven se congregan en el sitio inscribiéndolo en la memoria del lugar. El rito funerario del sepultamiento de los muertos se remonta a los orígenes de la cultura aunque fue muchos siglos después que se desarrolló el interés en indicar el lugar del sepulcro. En un principio eran túmulos anónimos que se diferenciaban del terreno apilando piedras. El desarrollo y la difusión de la escritura permitieron la inscripción del nombre del difunto alrededor del año 1000 a. C. y desde entonces acompañan al hombre en su última morada. Conforme la técnica se desarrolló el sepulcro ganó complejidad portando la efigie del difunto en bajorelieve, la tosca piedra se convirtió en estela y comenzaron a incluirse motivos religiosos y relacionados con la vida del difunto hasta permitirse en tiempos de bonanza una estatua o una vasija para coronar un mausoleo cuando la idea de que los muertos moran en el más allá volvió pertinente la creación de una cámara en la que se almacenaran las ofrendas y una cantidad cada vez más grande de extravagancias. Ante los excesos Demetrio Falereo en el siglo IV a. C. se vio obligado a implementar una serie de restricciones a los sepulcros como medida para recaudar impuestos y poner coto a la supersticiosa creencia de que el oro le es de mayor utilidad a los durmientes.
“De todo lo que era mío ya sólo me queda esto.”
“Tu que levantas esta lápida, colócala de nuevo en su lugar, no vaya a ser que el señor te haga pagar el robo.”
“Si alguien que no sea yo, Unión, deposita aquí a otro, pagará al fisco dos mil quinientos denarios.”
“Cuando aún vivía Apolonio se hizo este sepulcro, conociendo el carácter olvidadizo de los herederos.”
El estudio de las inscripciones funerarias es de crucial importancia para el estudio de la epigrafía, la onomástica, la literatura, la religión y de las sociedades antiguas. Especialmente desde el siglo V a. C. cuando la evolución del lenguaje permitió la inscripción de una dimensión literaria en la leyenda sepulcral. En esos días surge el epigrama como género literario y poco a poco se desarrolla hasta cultivar en el helenismo gran variedad de temáticas. En un principio las inscripciones prevenían acerca de la universalidad de la muerte o en motivos propios del carpe diem, vivir el momento o aprovechar el tiempo, y la liberación de la muerte pero progresivamente se nutren y se vuelven auto referentes a la cultura y la literatura de la época. Otro de los motivos era el gnōthi sauton, conócete a ti mismo, grabado en el oráculo de Delfos.
“La vida es comer y beber, el resto está de más.”
“Los días en que hayas disfrutado, esos considera que son vida, lo demás sólo tiempo.”
“Aquí yace un servidor de las ninfas. Crisógono era su nombre. A todos los caminantes dice: bebe, ya ves cuál es el final.
Aquí a la edad de ochenta y tres años.”
La colección de epigramas más antigua se remonta al año 980 a.C. y se conoce con el nombre de Antología Palatina. A pesar del cuidadoso registro del nombre en la tumba el hecho de que el epigrama haya fundado un género literario vuelve casi imposible decidir si un epigrama histórico es ficticio o si en realidad acompañó un sepulcro. Se considera el deseo de hacer historia como el principal detonante del nacimiento del epigrama funerario pues es a partir de la inscripción del nombre en la estela que el difunto se mantiene en vínculo con la vida, se materializa su ausencia y pervive en el recuerdo de los vivos por medio del sepulcro. Comenta el autor que se hacía referencia a los sepulcros llamándolos mnêma (recuerdo) o sêma (señal) y que el hecho de que se encuentren en verso tiene una finalidad práctica, ser recordado, prolongar la vida del muerto en la mente del lector. En aquellos tiempos era muy difundida la creencia en que por medio de la invocación del nombre del muerto éste era arrancado del Hades para irrumpir por un segundo en el mundo de los vivos. Este mismo hecho lo comenta Freud en Tótem y tabú destacando la tendencia del primitivo a equiparar el objeto y el nombre que lo designa ante el impacto emotivo teñido de culpa ante la muerte de otro, el atávico miedo a lo insepulto. Como era grande el deseo de que el muerto perviviera a menudo se colocaban indicaciones del sepulcro a ambos lados del camino o en lugares transitados para tener la mayor cantidad de encuentros posible. Es debido a esto que se instituye la llamada al caminante como parte esencial del epigrama. Se establece un diálogo con quien se encuentra frente a la inscripción y el impresionado explorador lleva en la mente a ese extraño que se desarrolla en el eco de su voz.
“No pases de largo ante mi epitafio caminante: detén tu paso y escucha, y continúa tu camino tras oírlo. Ninguna barca hay en el Hades, ningún barquero Caronte, ningún portero Eaco ni perro Cerbero. Todos nosotros, los que aquí yacemos muertos, nos hemos convertido en huesos y ceniza, y en nada más. Te he dicho la verdad. Sigue tu camino, caminante, no vaya a ser que aun después de muerto te parezca un charlatán.”
Los que no pasaban por ahí y soñaban con una doble existencia, una en vida y otra en el Hades, o que prescienciaron su propia muerte se dieron a la tarea de incluir sus propios nombres. Conforme la práctica se difundió fue más frecuente encontrar honorables menciones a los padres pero también a padres incomprendidos u oportunistas que se incluían como al pasar en la tumba de sus hijos hablando sobre lo afortunado que era el difunto de haber contado con su ayuda.
“Para Damótimo construyó este sepulcro su madre, Anfidama, pues él no dejó hijos en casa. El trípode que consiguió en Tebas por su victoria en la carrera está indemne, y lo ha ofrecido a su hijo.”
Otros padres se lamentan de la muerte de sus hijos e incluso cuentan las preocupaciones y los placeres de tener hijos.
“Ojalá el mismo día de tu nacimiento Hades te hubiera arrebatado del lado de tu madre y llevado junto a las divinidades del agua, Hermócrates. Pero en lugar de ello, la que te trajo al mundo ha soportado un triple dolor. Primero fueron los lamentos por tu crianza, luego por tus enfermedades, ahora por tu muerte. Tras una breve adolescencia has perdido la luz, y la aborrecible Moira ha ocultado tu muerte bajo el polvo sombrío.”
“Yaces enterrado Ficias, y a tu padre dejas sumido en llanto. Si algún placer hay en la juventud, lo has perdido al morir.”
“No eres tú, Plotia, la única para quien las Moiras tejieron sus amargos hilos, infeliz, impregnados de lágrimas y lamentos. Tampoco la primera por la que han sonado cantos fúnebres y golpes de pecho. ningún mortal puede vencer al Hades. Esto lo supo tu madre, con el corazón henchido de dolor, mientras soltaba los blancos cabellos de su cabeza. Es ella quien ha construido y dispuesto este sepulcro. Que el polvo te sea leve allá abajo entre los muertos.”
“Bajo esta estela yazco yo, Marcelo, un muchacho de catorce años, semejante a una estrella.”
Gradualmente comienza a aparecer el nombre del pueblo, de la patria, se comenzaron a incluir los amigos, los que creaban el monumento, el que esculpía la roca, incluso el mismo poeta que componía el epigrama inmortalizaba su nombre en la roca y la memoria.
“Para Praxíteles este sepulcro construyó Isón tras su muerte. Entre roncos gemidos sus compañeros alzaron este túmulo en memoria de sus hazañas y lo acabaron en un solo día.”
En una estela muy bajita.
“Esta tumba no está muda: la losa te indicará al difunto proclamando quién e hijo de quién era el que al Hades ha descendido. Deja caer en tierra tu rodilla, amigo, para que te acerque al muerto, y con tus ojos contempla la inscripción grabada. Ireneo era su padre, Menfis su patria. El nombre que desde niño llevaba era el de ##### y en él no había nada malo. Pero no pudo escapar al Destino cuando se le echó encima.”
La muerte más dolorosa en la familia es la de los pequeños y de los jóvenes. Al ser inesperada y dramática su fallecimiento se vivía como un arrebato de los dioses que celosos atraían para sí la juventud, pureza o belleza de los jóvenes.
“Había construido este sepulcro para los más ancianos pero la divinidad se precipitó sobre el niño en su quinto año. Sus padres y parientes debieron enterrar a quienes habían criado, a Gayo. ¡Oh vanas esperanzas de los mortales!”
“Pequeña es la lápida, mas en su interior guarda algo agradable de ver: a Morfón, como una violeta en su cesto.”
“Aquí reposan los restos de Lucila, que dió a luz dos gemelos. El destino separó a sus hijos: uno de ellos quedó vivo con su padre, el otro partió con su madre.
Uno de los aspectos de gran interés en el estudio de los epigramas funerarios es que, al representar idealizaciones del difunto, permiten conocer cuál es la escala de valores imperante en distintos periodos de la historia. Uno de los primeros estadios en la composición de epigramas dejaba traslucir la importancia de la areté, la excelencia del guerrero que da su vida por el territorio y su cultura o de la mujer que muere en las labores de parto. En las tumbas espartanas solo se permitía la inscripción del nombre cuando el finado había alcanzado la muerte heroicamente. Más adelante en el periodo helenístico comienza a cobrar importancia la vida familiar y social, se vuelve importante para el griego tener estima, vivir sin tacha y comportarse con temor de dios ante la vida. En esa época era importante el culto a Tyche, la diosa Fortuna, la suerte. Tyche estaba implicada en el destino de los mortales. Tyche es hija de Afrodita y de Hermes, la diosa de la belleza, el amor, el placer; Hermes el dios de los límites y las fronteras, protector de los poetas, los viajeros, los deportistas y los ladrones. La imagen de Tyche estaba acuñada en las monedas de la época y comenzar a tener prosperidad se asoció con su presencia. La muerte accidental se consideraba una selección por parte de Tyche especialmente en el caso de los jóvenes, por suerte morían elegidos por la fortuna para dejar la cárcel de la vida. Tener fama era un atributo de verse favorecido por Tyche por lo que las muertes estrafalarias o nefastas se les encontraba acomodo en lo honorable al prevalecer como ejemplo de valor frente a la muerte.
“En este lugar yazco yo, una mujer laboriosa y ahorradora. Nicarete.”
“Tu cuerpo lo guarda la tierra en su interior. Tu honradez, Crisante, no la pudo ocultar un sepulcro.”
“Esta es la tumba del dichoso Lampróteo, quien al irse llenaba de insultos al odioso Mitis, el fabricante de copas. Mas ahora yo yazco bajo tierra, como una tinaja de Teotímides inservible.”
“Secutila lo hizo por un sueño.
Yo, Calinico, yazco entre las húmedas olas, pero invencible en las fatigas del mar.”
“En este lugar yazco yo, Primo, antaño amado por todas las musas. Ya no le debo nada a la muerte.”
“Este sepulcro nos cubre, a mi, la ilustre Secunda, y a mi madre. Por mi belleza la Pafia me ha convertido en una nueva estrella.”
“Esta es la tumba de Helio, a quien la implacable Moira se ha llevado y precipitadamente ha enviado a la morada del Hades. Cuando otrora era un muchacho, en el bien construido camino un caballo de carrera veloz como el viento le privó de la querida luz.”
“Las afiladas rocas desgarraron mis huesos y mi cuerpo cuando recibieron mi salto desde los acantilados, mas mi alma habita en la bóveda celeste. Semejante muerte hallé por designio de unos hombres necios.
“Mi nombre es Afrodisio, caminante. Soy de Alejandría, jefe del coro. He perecido de la muerte más miserable, por culpa de mi mujer, infame adúltera, a la que Zeus castigará. Su secreto amante, que se jactaba de ella y de mi linaje, me degolló y a continuación me arrojó desde alto, en plena juventud. Pues dos veces diez años tenía, y estaba en la flor de la vida, cuando las Moiras hilaron mi destino y me enviaron como adorno al Hades.
Adiós.”
En tiempos del imperio romano y de la difusión del cristianismo se comienza a incluir información demográfica al tiempo que se parcelan los panteones. Es hasta este momento cuando se vuelve importante dejar inscrito en la lápida la fecha de la muerte, de la muerte y no del nacimiento. De acuerdo a los especialistas esto se debe a que la fecha comienza a ser importante para la población ya que significa el momento del verdadero nacimiento, de la trascendencia de lo corpóreo a lo celestial, dies natalis, el día de nacimiento para el cristiano.
En asuntos familiares los griegos se acogían al principio de gérokomía, gerontología, un deber cívico que consistía en cuidar de los padres, ayudarlos económicamente y sepultarlos apropiadamente. Quien se desobligaba del cuidado de sus padres caía en un estado de deshonra moral y moría abandonado por Tyche. Únicamente había dos condiciones para no caer en deshonra: si uno se dedicaba a la prostitución o si no había recibido la educación para desempeñar un oficio, tener malos padres. Quien moría con honra se le estimaba una estancia eterna en la región paradisiaca del Hades, los Campos Elíseos o Islas de los bienaventurados; quien moría alejado de la virtud se condenaba al Tártaro, la región menos turística del Hades. Esta creencia permitió la adopción de la idea cristiana de cielo e infierno que a su vez se remonta al antiguo Egipto.
“- ¿Quién habita aquí?- Heraclio, bebedor de vino. Cuando vivía era el mejor entre sus amigos, el cabecilla. Ahora que ha muerto, no es nadie.”
“Yo, Calipo, hijo del infortunado Cleofonte, aquí yazco, junto a mi madre Aristópolis. No nos domeñó el destino común a todos: la funesta estancia, al desplomarse, nos derribó a los tres a un tiempo. Esa noche, la más amarga, nos quedamos dormidos tras la cena; ahora habitamos la sombría morada de Perséfone.”
Sobre un empate en el box por decisión unánime. .
“Éste a quien contemplas es el boxeador Ascito. Me dio muerte Pardo, quien a su vez encontraría una muerte semejante.”
Una alusión frecuente a la geografía del inframundo en los túmulos funerarios la constituye la alusión a sus distintos ríos. El río Estigia (odio) que sirve de frontera al Hades, el Flegetonte (fuego), el Lete (olvido), el Aqueronte (aflicción) y el Cocito (lamentaciones). A los muertos se les atribuye una sed intensa como única necesidad física y el lugar donde se sacia es el Lete, el río del olvido y el Mnemosine, de la memoria). Según la ambivalencia de la época beber del Lete podía ser equivalente del Mnemosine ya que si bien uno brindaba el olvido y otro la omnisciencia ambos quitaban la sed y permitían la superación de la pena, dos formas distintas de beber del río de la memoria. Bebe del Lete y olvídate de la vida, tratarás de aguantar la sed para no perder la memoria o la posibilidad de vida eterna, pero beberás. Los muertos siempre tienen sed.
“No era y llegué a ser. No soy y no me importa.
Adiós, caminantes.”
Basado en la lectura de Epigramas funerarios griegos de Editorial Gredos. Un excelente libro para leer de vez en cuando.