Se habla mucho del viraje conceptual que ha tenido lugar en el campo de las humanidades, la sociología, la literatura y los estudios culturales. Dicho viraje se tiende a plantear generalmente como la caída del sistema positivista que llegó a imperar hasta la década de 1970 en prácticamente todos los campos de estudio. La geografía no ha sido la excepción y en los últimos 30 años se ha caracterizado por ser el terreno de las discusiones sobre la noción de espacio que tanto necesitan las demás disciplinas para estudiar las distintas caras de lo virtual. Al mismo tiempo la geografía física y descriptiva se ha abandonado en favor de maneras nuevas de pensar nociones fundamentales como espacio y lugar.
Ambos conceptos, espacio y lugar, se han convertido en conceptos totémicos para quien busca explorar las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales de la posmodernidad. El espacio se ha convertido en el «todos lados» del pensamiento moderno como destaca Thrift, uno de los pensadores del espacio más influyentes en el tema. Para los geógrafos físicos y en general para la persona común la noción predominante de espacio coincide con el llamado «espacio absoluto», donde los fenómenos son entendidos como preexistentes a su lugar en el espacio. En el discurso popular espacio y lugar son tomados como sinónimos de términos como área, medio y región. Estos conceptos están en la base de nuestras investigaciones y se habían dado por supuestos inamovibles del sistema conceptual.
Los geógrafos fueron los primeros que explícitamente abordaron la problemática al ser necesaria una deconstrucción de los mapas y la geografía a términos sociales. La geografía ha pasado por tres grandes épocas a lo largo de su historia. Desde sus orígenes hasta la era de la navegación moderna se abocó a la descripción y representación de territorios así como los medios para orientarse en el territorio, De la ilustración al siglo XVIII se centró en la exploración sistemática del globo y, como tercer gran momento, a partir del siglo XIX se centra en la exploración de la geografía institucional, la de las grandes organizaciones de poder y de la ideología.
Hasta la década de 1970 los geógrafos sociales consideraban el espacio como una especie de continente neutro que era llenado por las actividades humanas. Dicho espacio absoluto es una comprensión euclidiana del espacio por medio de la situación de cordenadas x, y , z sobre el plano de vacío. Esta concepción empirica del espacio permitía pensarlo con independencia de lo humano y entenderlo como continente de comportamientos y prácticas humanas si alguno pasaba cerca, un telón de fondo privado de poder y actividad. Ya desde 1950 y 1960 esta concepción se vio modificada por los geógrafos que querían imprimir un viraje humanista en la geografía y que buscaban principios y leyes espaciales para usarlos como predictores de comportamientos sociales que podían ser mapeados a través de la estadística. Esto representó dentro de la geografía una revolución cuantitativa. Si bien no todos los geógrafos se vieron seducidos por el enfoque cuantitativo la proliferación de estudios basados en la estadística actuó como el siguiente gran paradigma del plano geográfico. Se hizo énfasis en tres conceptos centrales en esta nueva apreciación del espacio: dirección, distancia y conexión. Todas las cosas podían explicarse por sus relaciones con estos tres conceptos y podían distinguirse patrones y ser abstraídas en modelos teóricos para dar cuenta de las interacciones humanas reduciéndolas en el proceso a movimientos, redes, nodos, infinitas jerarquías que se relacionan invisiblemente sobre la tierra, una ideología sistémica.
Como reacción a este tipo de análisis se desarrolló a partir de herramientas de la psicología general un enfoque centrado en el comportamiento consciente y el papel que dichas conductas tienen en la organización de nuestra experiencia social. Si bien este tipo de conocimiento es satisfactorio desde el punto de vista positivista la crítica de fondo indica que el sistema únicamente consiste en cambiar conceptos de distancia absoluta por conceptos de distancia subjetiva por lo que en la década de los 70 se abandonó en favor de un enfoque en que el espacio entraba en vinculación con conceptos sociales y era al mismo tiempo producido y consumido en la interacción, un desarrollo propio del materialismo histórico que se ha visto replicado en las humanidades. Surgió un nuevo ímpetu por lo urbano en el que se buscaba relacionar la urbanización con los mecanismos de mantenimiento de la estructura capitalista mostrando como la ciudad concretizaba las diferencias de clase. Surgen en esta época geógrafos económicos que junto a quienes trabajan en las pequeñas localidades marginadas de las rutas de poder comienzan exponiendo cómo la división espacial del trabajo perpetuaba las estructuras capitalistas o cómo a nivel internacional la división del trabajo depende de las estrategias geopolíticas de los distintos países de acuerdo a su posición en el globo.
La cumbre de este pensamiento marxista lo constituye el pensamiento de Henri Lefebvre en donde el espacio es producido socialmente. Lefebvre argumenta que el espacio absoluto no puede existir porque en el momento en que es colonizado por la actividad social se ve relativizado e historizado. Cada sociedad y cada modo de producción produce su propio espacio, hay espacios abstractos del capitalismo, los espacios sagrados de las sociedades religiosas que los preceden y espacios contradictorios y diferenciales que aún están por venir. Lefebvre muestra cómo pensar en el supuesto del espacio absoluto es un producto generado en los espacios abstractos relativizados del capitalismo. En oposición a este tipo de pensamiento propone una trialéctica de la espacialidad que explora las relaciones y cruzamientos entre las prácticas culturales, las representaciones y las imaginaciones. Abandonando la perspectiva del análisis de las cosas en el espacio absoluto concibe el espacio como producido o elaborado por la triple dialéctica entre el espacio percibido, el concebido y el vivido. Aquí el lugar se diferencia del espacio, el lugar es creado por prácticas de representación y las actividades e imaginaciones asociadas a los espacios sociales.
Para la mayoría de los geógrafos el lugar se piensa como un espacio definido por la práctica social. Los lugares son desde esta perspectiva lo que se extraña y con los que se establece pertenencia e identidad en nuestras localidades. Esta noción de lugar es coincidente con la noción positivista de espacio absoluto en la que se define como contenedor o territorio de intercambio. Este tipo de pensamiento fue puesto a prueba por geógrafos humanistas que se oponían a la noción positivista de espacio, un espacio sin gente, un espacio muy distinto al que habita el humano, un espacio de significado. Yi Fu Tuan comenta como el lugar no tiene ninguna escala particular asociada a él, sino que es creada y mantenida a través de campos de cuidado geográfico producto del apego emocional y la necesidad humana. En su teoría se usan los conceptos de topophilia y topophobia para dar cuenta de las relaciones de la gente con los lugares, su trabajo introdujo en la geografía la sensualidad, la dimensión estética y emocional al espacio aunque desde una perspectiva individualista.
Thrift indica que la noción de lugar está en estrecha vinculación con procesos de materialización, encarnación, embodiment. Por desgracia los métodos humanistas para representar la experiencia multisensorial del mundo dan cuenta parcial de una realidad más amplia de la relación con el cuerpo y del cuerpo con los lugares significativos. Desde esta ideología se buscaría «encontrarse en su sitio»,un continuo de actividades cognitivas y corporales en continuo movimiento mientras la gente encuentra un cierto tipo de balance. Estos procesos no pueden ser descritos ni registrados por medio del lenguaje y el discurso, es una teoría no representacional. Se da máxima importancia a la naturaleza precognitiva de estar en el mundo, como sentir seguros los lugares cercanos o inseguros los espacios amplios, propone centrarse en las prácticas y conocimientos implicados en la relación con el espacio diariamente. Estos conocimientos son desarrollados hacia las geografías del cuerpo implicadas en los estudios sobre las diferencias de clase, género y diferencia racial. El lugar es visto como producido a partir de los ritmos del ser que confirma y naturaliza la existencia de ciertos espacios. Los flujos en los lugares de tránsito.
La tradición estructuralista piensa el espacio como una entidad compleja situada y limitada por fuerzas tanto dentro como fuera de su frontera. Se advierte del peligro de pensar el espacio como un terreno prepolítico y no ver el lugar y el espacio como producto de fuerzas opresivas y relaciones sociales. Doreen Masey introduce el concepto de Noción progresiva de lugar. Para ella el lugar es el lugar de cruce de una multiplicidad de geometrías de poder que operan en distintas escalas de espacialidad, desde el cuerpo a lo global. Los lugares están constituidos por la intersección de relaciones sociales, políticas y económicas dando origen a montones de espacialidades. Los lugares y las relaciones dentro y alrededor de ellos son el resultado de diferentes arreglos de poder, individual o institucional, imaginativo o material. Este razonamiento introduce una noción de porosidad de las estructuras y da cuenta de la interrelación entre distintos lugares, lugares múltiples, fluidos e inciertos. Nunca unidades territoriales dadas. El trabajo en esta línea ha prosperado dando cuenta de los flujos e intercambios entre lugares dando luz a múltiples mobilidades en la interacción global, una geografía relacional que se vuelve necesaria en el siglo XXI.
En este siglo que comienza se presenta la influencia de dos corrientes de pensamiento influyendo el debate: el pensamiento marxista con su vinculación entre cultura y la creación de lugares de dominación y resistencia. El otro es el pensamiento basado en la creación del espacio propio de la escuela de Berkeley, inscrito en la prácticas de lugar, la organización del espacio social. Ambos se centran en la producción cultural del espacio y en la creación de la cultura. Ambas destacan el papel de la resistencia y el poder cotidiano y las políticas de la representación. Se dice que la cultura no toma sitio sino que hace sitio.
La atención hacia la naturaleza contingente del espacio ha problematizado otras nociones dadas por hecho y que tienen que ver por lo general con el entendimiento binario que tenemos del mundo: el self y el otro, cerca y lejos, blanco y negro, naturaleza y cultura, en geografía la oposición norte y sur o lo oriental y lo occidental, procesos geopolíticos de resistencia y poder, de diferencia cultural que se basan en metáforas espaciales y territoriales. Los estudios geográficos centrados en el lenguaje y la representación han permitido que lo que estaba centrado en el estudio de mundos políticos, culturales y sociales haya decantado hacia el estudio geográfico de la identidad o la subjetividad centrándose en las contribuciones psicoanalíticas de Klein, Kristeva, Winnicott, Lacan y Judith Butler para expresar cómo parte del self se proyecta en lugares mitad reales mitad fantasía. Desde la postura del psicoanálisis se revela que el inconsciente se plasma en el espacio de manera harto relevante para la constitución del género y las identidades sexuales, procesos que se juegan en las geografías simbólicas y materiales de la vida cotidiana donde la mente implementa estrategias para sostener su propia estructura y su relación con el mundo.
Otra discusión de alto vuelo actualmente en la conceptualización del espacio es lo referente al problema de la escala. Una de las nociones más difundidas es la interacción entre los procesos de globalización y las identidades locales de lugar, las cuales se están viéndose socavadas por la diseminación de repertorios estandarizados de bienes, imágenes y estilos de vida, el espacio se ve aniquilado por el tiempo y la rápida sucesión de circunstancias, el lugar se torna un no-lugar debido al flujo acelerado de gente y bienes dejando de actuar como ciudades con una cultura real. Estos cambios significan tanto el ominoso fin de la historia como la muerte de la propia geografía, una geografía sin territorios o de lo virtual. Desde la óptica de la globalización la creación de lugares es crucial para perpetuar los procesos de acumulación de capital, se introducen las nociones de mobilidad y fijación alojadas cada vez más en imágenes, no en lugares. El tráfico en las cosas permiten que los consumidores negocien el significado y afirman un sistema de diferencias en donde se piensa junto a Gilles Deleuze que el mundo está en continua territorialización y desterritorialización. El espacio y el lugar comienzan a ser pensados como entidades frágiles, hechos y rehechos constantemente, en proceso de advenir constantemente donde no hay un espacio exterior constitutivo de un adentro.